domingo, 25 de marzo de 2018

Las Memorias de Vegeta (Entrada 117)


22 de Noviembre 791

Mi esperado combate con Gotenks tendría que esperar unos días en lo que el Dr. Briefs terminase sus preparativos. No había mucho que hacer en casa realmente, Bulma estaba pasando largas horas en el trabajo debido a la nueva división  Aero-espacial que su compañía estaba desarrollando, Trunks y Goten se la pasaban usualmente jugando, aunque note que sus “juegos” eran más un entrenamiento para nuestro encuentro; Trunks Incluso me pidió que les dejase usar la cámara de gravedad, pero les dije que no había necesidad de tal cosa, quería pelear con ellos tal y como estaban actualmente.

Realmente estaba aburrido, no tenía ganas de entrenar, no me apetecía leer y menos aún ver televisión. Pensé en ir a dar una vuelta en mi Súper V1 para distraerme un poco. Tras una rápida ducha, me vestí tome mis pertenencias; estaba a punto de ir a la cochera cuando una familiar voz dulzona me detuvo.

-          ¡Ah! ¿Vas a salir Vegeta?
-          … - asentí en silencio al voltear y ver que se trataba de mi suegra, tenía un mal presentimiento sobre esto.
-          ¡Ay maravilloso!  - exclamo deleitada – justo estaba planeando salir, ¿no te gustaría acompañarme?
-          Eeehh… - estaba buscando las palabras correctas para rechazar su invitación, pero fui demasiado lento.
-          ¡Perfecto! Deja voy por mi bolso.
-          Estaré en la cochera… - respondí dando mis manos a torcer, sabía que ya no tenía escapatoria.

Tratar de librarse de la madre de Bulma una vez que te tenía en la mira era imposible, eso es algo que aprendí con los años. Me dirigí a la cochera y sin molestarme en encender las luces, simplemente abrí la puerta eléctrica; la luz de la mañana se coló conforme la persiana metálica se corría hacia arriba, bañando de sol el interior de la cochera. Cuando sus se reflejaron en la pulida pintura azul de mi auto esta lastimo mis ojos levemente, aun así sonreí con satisfacción; adoraba ver como brillaba la carrocería por las mañanas, era casi mágico y en parte la razón por la cual conducía a pesar de ser algo realmente ineficiente para transportarme. Abrí la puerta del auto y me acomode en el asiento del piloto, al girar la llave en la ignición el motor rugió suavemente con su familiar tono metálico, acaricie con mis manos el volante  y luego presioné el botón de la capota para plegarla. Fue entonces que mi vista se topó con un par de enormes ojos azules que me miraban detenidamente; la madre de Bulma me miraba desde la puerta trasera de la cochera.

-          ¡Vaya! No cabe duda de que la relación de un hombre con su auto es especial ¿no es cierto?
-          … - Me quede ahí callado por un momento, sonrojado y probablemente con cara de idiota – Y, ya, ¿ya está lista?
-          ¡Sí! Andando.

La señora Briefs rodeo el auto para irse del lado del copiloto con ese característico caminar suyo que la hacía parecer estar dando saltitos. Cuando se hubo puesto el cinturón de seguridad voltee mi cabeza para mirar atrás y salir de reversa; pise el acelerado y solté el embrague justo después mover la palanca de cambios a la reversa. El auto dio un jalón hacia atrás lanzándose hacia afuera – “¡Oh! ¡Oh jo jo jo!”- exclamo y rio la madre de Bulma al sentir el tirón, gire el volante dándole la vuelta completa conforme el auto salió y se viro 180° dejando el frente hacia la calle. Metí 1era. Y el motor rugió cuando acelere nuevamente, salimos del perímetro de la corporación capsula y tome rumbo hacia la calle.

-          ¿A dónde quiere que la lleve? – le pregunte a mi suegra.
-          Al centro por favor, hay una tienda de confitería nueva que quiero ir a ver.
-          Ya veo.

Ya fijado el destino, me dirigí hacia la avenida principal cerca de casa, la cual hacia intersección con la calles del centro a lo lejos. Las vibraciones del auto eran transmitidas a mis manos a través del volante y la palanca de cambios, en mis oídos el sonido de la maquina era como una canción con cada velocidad, y el viento hacia bailar mis cabellos a su gusto, esta última no era una sensación nueva para mi habiendo aprendido a volar tan pronto como pude caminar, pero mientras manejaba se sentía distinto, el hecho de tomar control de algo tan ajeno a mí mismo como este auto y aun así sentirlo como una extensión de mi cuerpo era una sensación sumamente satisfactoria; por un momento recordé que no hacía mucho me encontraba en un estado en el cual quizá nunca hubiese podido disfrutar de esto nuevamente. Mi corazón se aceleró con adrenalina potenciada por mi emoción mientras el paisaje desfilaba difuminado frente a mis ojos por la velocidad, y así fue hasta que tuve que detenerme en un semáforo en rojo.

-          ¿Vegeta? ¿Te encuentras bien? – pregunto la madre Bulma.
-          ¿Eh? Sí.
-          Es que… tus ojos están llorosos.
-          ¿…? – mire mi rostro en el retrovisor y en efecto, mis ojos rebozaban de lágrimas - ¡No es nada! Se me secaron los ojos con el viento.
-          Ya veo…

Seguí conduciendo cuando el semáforo cambio a verde. Ni por un segundo creo haberle engañado; esa mujer era mucho más perspicaz de lo que mostraba, pero también lo suficiente mente sensible como para no indagar en algo que incomodaba a los demás. Y vaya que me alegro de que así fuere, ya que yo mismo sabia lo inestable que me encontraba, mis emociones y mis sentidos estaban a topo desde que había vuelto a la vida; desde el momento en que “renací” algo cambio en lo profundo de mi, algo tan misteriosamente fuera de mi alcance que no podría darle nombre o siquiera definir su concepto. La madre de Bulma podría decir que mi psique se vio alterada por mi resurrección, la misma Bulma diría que mi corazón había cambiado, Kakarotto seguramente diría algo estúpido… pero yo no podría definirlo. Dentro de las tradiciones de los saiyajin se tenía la antigua creencia de otro mundo. El cual estaba dividido en tres partes, Maia, donde los guerreros caídos en una gloriosa batalla pasaban la eternidad, Raika, donde aquellos pobres diablos muertos por los saiyajin eran enviados para ser castigados por su debilidad y finalmente Karashio, el lugar donde los que mueren en la vejes, enfermedad o simplemente fuera del campo de batalla han de combatir a todos los oponentes de su vida hasta volverse dignos de pasar al Maia (Ver APENDICE). Esta era la creencia de los antiguos saiyajin,  sin embargo conforme mi raza se acercó al cielo y conoció el cosmos, la viejas creencias cayeron en desuso y se convirtieron en simples mitos; y ahora yo, el último de los saiyajin puros que tenía noción de nuestra historia y herencia, había conocido el verdadero rostro del otro mundo, y no estaba impresionado. Pero tenía que admitir que algo en mi había cambiado, y no gradualmente como lo había hecho tras tantos años viviendo en la tierra; El haber muerto y reconocido todo lo que perdí al hacerlo me dio a entender el verdadero valor de todo aquello que me es querido. Mi carácter y motivaciones seguían siendo las mismas, yo seguía siendo yo; pero sin lugar a dudas me había vuelto más abierto a mis propios sentimientos y esto me atemorizaba – “Un saiyajin que llora por un simple paseo en auto, te has convertido en todo un terrícola insecto” – me burle de mí mismo al dar por sentado que el hombre que había sido años atrás yacía en esa tumba sin nombre en Namekusei, el que piso la tierra por segunda vez ya no estaba obsesionado con la venganza, sino con la idea de superar los límites de su fuerza. ¿Y ahora? ¿Qué propósito debería tener este hombre que se había alzado de entre los muertos? Proteger a mi familia seguramente sería la respuesta más sencilla, pero ¿eso era todo?

¡Agh! Tanta introspección hace que me duela la cabeza, necesito una aspirina. Después de eso creo que saldré en el Súper V1 quizás vaya a esa pastelería a la que fui esa vez con mi suegra, seguro después de meter una docena de pastelillos en mi estómago podre pensar más claramente.

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