lunes, 11 de abril de 2011

Las Memorias de Vegeta (Entrada 21)

1 Julio 791

Aun con mi renovada convicción por derrotar a esos androides, era necesario buscar la manera de incrementar mi poder. Por si esto fuera poco había estado volando sin rumbo y desperdiciando energía en cada rabieta, así que decidí guarecerme en una cueva que encontré en las serranías de aquel páramo que fue escenario de mi primera batalla en la tierra, antes de que anocheciera pude encontrar un riachuelo y atrapar algunos peces. Ciertamente habría sido mas fácil volver a la corporación capsula, pero en este momento debía concentrarme en un método de entrenamiento que me permitiera superar el límite en el que me encontraba.

Hasta donde sabía las semillas del ermitaño no solo curaban las heridas, si no que también recuperaban las energías y saciaban el hambre, esto para un ser humano común probablemente le bastaría, pero el metabolismo de nosotros los saiyajin es mas rápido que el de los terrícolas, lo que nos permite sanar mas rápido y asimilar los alimentos mejor. A lo largo de los siglos los saiyajin fueron entendiendo los secretos de nuestros cuerpos, todo con el fin de crear guerreros de máximo desempeño; esto dio como resultado que la fisonomía saiyajin fuera mas resistente y duradera que cualquier otra especie similar a la nuestra y sobre todo la habilidad para hacernos mas fuertes cada vez que sanamos nuestras heridas. Pero ahora que me había convertido en súper saiyajin me encontraba con la incertidumbre de saber si mi poder seguiría creciendo; de acuerdo con las leyendas, el guerrero legendario era capaz de superar cualquier limite, pero dentro de la historia saiyajin no había un solo registro fiel de la existencia de de un súper saiyajin, el mero hecho de que en este momento existieran 3 saiyajin con esta capacidad ponía en tela de duda toda la leyenda, la cual solo hablaba de un súper guerrero cada 1000 años.


Mientras cenaba a la luz de la hoguera que encendí a la entrada de la cueva y me veía inmerso en mis pensamientos tratando de recordar todo lo que mi padre me había contado sobre el súper saiyajin sentí una extraña nostalgia al contemplar las llamas que bailaban frenéticamente. Recuerdos de mis días al servicio de Freezer llegaban a mí, el sonido de los gritos desgarradores de las poblaciones enteras que destruí, el calor del fuego de las construcciones en llamas y el aroma de los cadáveres incinerados. Detestaba estar bajo las ordenes de ese miserable, pero mi sangre saiyajin hacia que me sintiera en mi elemento al pelear, disfrutaba la destrucción y conquista de cada planeta… lo disfrutaba.

En los años que había estado en la tierra, mi desagrado por el estilo de vida tan simple que llevaban Bulma y su familia, se había convertida en una adaptación inesperada. La mayor parte del tiempo mi mente estaba concentrada en entrenar, en fortalecerme no solo para sobrevivir cuando los androides aparecieran, si no también para cumplir mi objetivo el cual era matar a Kakarotto con mis propias manos. Pero en mis momentos de desasosiego, el tiempo que pasaba con Bulma o las curiosas ocasiones que me refugiaba en el invernadero de su padre para es escapar del acoso de su madre, hallaba en mi una comodidad y satisfacción que nunca antes había sentido; para un saiyajin la única alegría en la vida debería ser el pelear con un oponente mas fuerte siempre, pero yo había encontrado otro tipo de alegría al vivir de vez en cuando como un terrícola mas en este hermoso planeta azul.

Desde el momento en que nació Trunks e inicie mi viaje por el espacio para entrenar, no me había puesto a cavilar a cerca que mi estancia en la tierra, como toda mi energía estaba puesta en convertirme en súper saiyajin, este insignificante lugar era la ultima de mis preocupaciones; pero ahora que tenia un efímero momento de calma, esos pensamientos tan ridículos, desde el punto de vista saiyajin, volvían a asaltarme.

Seguí divagando hasta terminar de cenar, y cuando el sueño comenzó a reclamarme decidí dormir sin pensar en nada mas, de cualquier forma no me volvería mas fuerte quedándome despierto y tenia la seguridad de que esos androides no encontrarían a Kakarotto tan fácilmente mientras sus amigos lo mantuvieran oculto. Esa noche mi lecho seria una simple roca polvorienta, sin almohada ni sabanas – he dormido en peores lugares – pensé irónicamente, hacia meses que no dormía bien, incluso después de lograr la transformación en súper saiyajin, mi cuerpo tardo en acostumbrarse al estrés causado por ese cambio tan brusco.

A la mañana siguiente desperté con el sol ya muy arriba en el cielo, probablemente cerca del medio día, me levante con un audible quejido saliendo de mis labios, tanto tiempo durmiendo en una cama de verdad me había mal acostumbrado, si que mi espalda resentía la dureza del suelo, decidí buscar un buen lugar para entrenar, en esta ocasión no tendría el tiempo de irme a viajar en mi nave espacial, pero eso no seria mas que un inconveniente menor. Me eleve y estaba a punto de ponerme en marcha cuando sentí una enorme energía. Era gigantesca, casi tan grande como la de un súper saiyajin, no estaba a la par. ¿Cómo era posible? Pero lo que mas me sorprendió fue darme cuenta del dueño de esta energía, era Piccoro, quien rápidamente se empezó a mover. Intrigado por este cambio tan repentino en su fuerza decidí seguir su energía, estábamos muy lejos uno del otro, por lo que me tomaría tiempo alcanzarlo, así que volé lo mas rápido que pude pero en poco tiempo me volví detener en seco.

El ki de Piccoro se había duplicado y luego mas energías aparecieron de repente, energías que no debían existir ya en este mundo, la de Freezer y su padre; del mismo lugar provenían los ki de varias personas al mismo tiempo… y también mi propio ki ¿Cómo era posible? Y entonces sentí un ki mas, un ki que no podría confundir de ninguna manera…

- ¿Kakarotto?

Bien, creo que iré a desayunar antes de seguir, quizás haya quedado algo de la lasaña que Bra preparo anoche.

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