jueves, 14 de junio de 2007

Ironias de la vida

Hace unos días Bill Gates recibió un doctorado honoris causa de Harvard, la universidad que abandonó para incursionar en lo que luego vendría siendo Microsoft, el negocio que, pese a cualquier argumento de sus críticos, además de hacer inmensamente rico al propio Gates cambió al mundo más que cualquier otro fenómeno desde el alfabeto: las computadoras personales no sólo mejoraron exponencialmente la productividad y el nivel de vida del hombre común sino que le permitieron, de la mano del internet, democratizar sus privilegios informativos hasta volverlo tan poderoso como cualquier tirano con un simple doble clic.


Todos sabemos qué pasó con ese muchacho esmirriado que dejó una de las mejores escuelas del mundo para seguir una quimera. En el marco del doctorado póstumo entregado por Harvard (no es el primero: ya los había recibido de Holanda, de Suecia y de Tokio, además del rango de caballero otorgado por la Reina Isabel de Inglaterra, el Príncipe de Asturias de la corona española y, last but not least, las postrimerías foxianas le concedieron en 2006 el Águila Azteca por su apoyo al programa “hacia un país de lectores”), lo que yo me pregunto es, ¿qué hubiera pasado con nuestra era digital si Gates decide seguir el seguro camino de las convenciones, hacerle caso a su madre, terminar su carrera de leyes y montar, digamos, un despacho de revisión de patentes?.

Y asi, en el nuevo milenio seguimos viendo que no es el habito lo que hace al monje, ni el titulo lo que hace a un hombre exitoso, sino la capacidad de seguir sus sueños aun cuando el camino que eligio sea mal visto por los demas.

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