domingo, 27 de enero de 2013

Las Memorias de Vegeta (Entrada 61)



27 de Julio 791 5:00pm

El resto de la mañana estuve sumergido en mi pensamientos, el desayuno paso para mi como si estuviera en piloto automático; normalmente trato de poner atención a los detalles de lo que comenta Bulma en la mesa, así puedo estar al tanto de lo que ocurre y evitar que algo me tome por sorpresa, así nada interrumpe mi entrenamiento a menos de que sea importante; pero ese día todo me entro por un oído y me salió por el otro, lo único que llenaba mi mente eran las imágenes del sueño que había tenido, aún estaba vivido como si siguiera soñando, pero con cada hora que pasaba empezaba a olvidar detalles. Había estado tan lleno de detalles que una parte de mi me decía que no solo era un sueño, era un recuerdo que había reprimido, y eso me incomodaba bastante.

Al medio día me encerré en la cámara de gravedad. El padre de Bulma había salido con su esposa, así que nadie estaría monitoreando mi entrenamiento; Trunks y su madre salieron también para ir a comprar algo al centro comercial, por lo que me encontraba completamente solo. Quería estar solo y darle vueltas a mis pensamientos. No encendí el generador de gravedad, de hecho no tenía la más mínima intensión de entrenar ese día; fuera lo que fuere ese pensamiento lo quería fuera de mi cabeza, había pasado de ser un sueño recurrente a ser una enorme molestia. Jamás algo había ocupado tanto mi atención como en su momento mi deseo de superar a Kakarotto, pero a diferencia de esa meta, el entender y deshacerme de ese sueño era algo más complicado; no era algo que pudiese atacar directamente, no podía ir y venir de ese mundo a mi voluntad, no había una maquina que me diera acceso, o una habitación magi…

-        Eso es.


Pronuncie en voz alta. Había algo que podía hacer, o mejor dicho alguien que podía hacerlo por mí; instintivamente mi orgullo rechazaba esa opción, pero la angustiosa sensación que había tenido al despertar esa mañana era algo más poderoso en ese momento. Salí de casa y me eleve con velocidad en dirección a mi destino, no tenía mucha prisa en llegar en realidad, así que no use más que el mínimo de mi velocidad para viajar. Mientras volaba, trate de recordar más detalles del sueño, los lugares, los colores, las voces, todo podía recordarlo con cierta facilidad; sin embargo, el rostro y la voz de Rabba se habían vuelto difusos en mi mente, lo único que podía recordar con claridad era su perfume, un aroma suave y ligeramente dulce que llenaba mis fosas nasales como si la tuviera a mi lado en ese momento. Por un momento, pensé que había percibido ese aroma más recientemente, o al menos algo similar, pero no podía recordarlo claramente. Pasaron varias horas de vuelo y pronto el hambre comenzó a hacerse presente en mi persona. Anteriormente habría ignorado a mi estómago y seguido con mi camino, pero después de tantos años en la comodidad de la tierra me había acostumbrado a no dejar a mi organismo pasar hambre,; me desvié un poco de mi destino y me detuve en una pequeña ciudad, para comer algo antes de continuar.

Este era el pueblo de Ginger, el cual se volvió famoso tras la aparición de Cell. Luego de un par de años los humanos volvieron a hacerlo un lugar habitable, las personas del pueblo seguían con sus apacibles vidas como si nada hubiera ocurrido jamás. Para mí era muy sorprenderte la facilidad con la que los seres humanos se deslindaban de sus dolorosos recuerdos y seguían adelante con su vidas sin propósito alguno, vivían el día a día inmersos en un frenesí de consumismo y decadente paz que hacía que muchas veces se me revolviera el estómago. En mí ya larga estadía en la tierra, había conocido humanos que eran la excepción a la regla. Personas que si bien, seguían siendo insignificantes, estaban por encima de las demás sabandijas de su especie, eran estas pocas excepciones las que hacían de mis esporádicas salidas, que el mezclarme con humanos fuera más tolerable. Había venido al pueblo de Ginger por una razón, no era la primera vez que me detenía aquí para comer; en uno de mis paseos alrededor del planeta había encontrado un pequeño restaurante que había sido de mi agrado, desde entonces se había vuelto uno de mis lugares favoritos para comer.

El restaurante se encontraba en una avenida poco transitada, por lo que no había tanto ruido como en los demás locales de la ciudad. Entre al establecimiento y una campanilla en la puerta anuncio mi llegada.

-        ¡Bienvenido! – saludo una joven de cabello pelirrojo.
-        Hola Suno.
-        ¡Ah! Sr. Vegeta, que alegría verle por aquí.
-        Dame lo de siempre.
-        Enseguida, ¡Octavio, Dam, 10 especiales del día! – ordeno a través de una ventana de servicio que comunicaba con la cocina.
-        ¿Tienes un nuevo cocinero?
-        Sí, es una chica que llego al pueblo hace unos meses, descuide tiene muy buen sazón, ¿Café? – pregunto alzando una jarra.
-        Sí.

Suno sirvió con maestría el café, después de ya un par de visitas sabia como me gustaba tomarlo. Por lo que sabía, ella y su cocinero Octavio habían venido de una aldea en la región ártica del norte en busca de iniciar un negocio. La alegre jovencita era unos años menor que Bulma, pero se veía aún menor.

-        ¡Buenos días señor Vegeta!

La jocosa y estridente voz de Octavio resonó desde la ventana de la cocina, su enorme cabeza se asomaba a través de ella. Octavio era un sujeto enorme, casi tan alto como Piccoro o Nappa, además era muy extraño, tenía un par de cicatrices en la cara y la cabeza plana, por lo que al principio muchos de los clientes salían corriendo al verlo, a pesar de su apariencia, era un gran cocinero, nunca en ninguna de mis visitas había comido algo que me desagradara.

-        Buen dia Octavio – devolví su saludo con una mano mientras me llevaba el café nuevamente a la boca.

Luego de media hora, una chica de baja estatura y cabello castaño claro salió de la cocina con una enorme charola en las manos y sirvió los platos rápidamente. La chica parecía ser mucho menor que Suno, era muy delgada y con expresión seria, sin embargo era mucho más fuerte de lo que parecía, ya que sin problema llevaba la veintena de platos llenos de comida.

Luego de un rato y cuatro tazas de café más tarde, estaba satisfecho y pagando mis alimentos. Como mis salidas se había hecho más frecuentes, Bulma me había dado una tarjeta de crédito para cubrir mis gastos cuando salía, al principio no me había agradado la idea, pero pronto descubrí lo practico que era ese objeto y siempre y cuando no hiciera grandes gastos Bulma no me reclamaba en que gastase el dinero.

Luego de despedirme de Suno, Octavio y su nueva empleada partí nuevamente hacia mi destino. Cuando por fin llegue, ya eran las 5:00 de la tarde en la capital del oeste, pero en esta región apenas era medio día. El templo de Kami Sama resplandecía con el sol como de costumbre, no había cambiado en lo absoluto. Desde la batalla con Cell no había venido a este lugar, no tenía ninguna razón para hacerlo, pero ahora, solo había un hombre que quizás pudiera ayudarme con el enigma en mi cabeza.

-        ¿Vegeta?... ¿Qué estás haciendo aquí? – pregunto la grave voz de Piccoro.

Tengo hambre, creo que iré a comer algo, antier pase por el restaurante de Suno y traje algo de comida, creo que aun quedo un poco, así que la recalentare en el microondas.

1 comentario:

Vitrioluz, El Fecundo en Ardides dijo...

Mother of God jajajaja... Amo a Pikoro, me muero de la curiosidad de saber de que van a hablar...

Saludos!!!